Bitcoin no debería existir.

Como tecnología, es una verdadera joya. Es el resultado de cientos de años de acumulación de conocimientos matemáticos y tecnológicos para crear el primer activo digital escaso y descentralizado. Sin embargo, los que debaten a su favor en redes sociales o círculos profesionales intentan por todos los medios que dicho debate no se desvíe hacia terrenos demasiado espinosos. Y es que la propia existencia de esta nueva tecnología es un reto a los sesgos y cosmovisiones de la mayoría de las personas: A bitcoin no le importa si nuestras universidades y hospitales se van a quedar sin financiamiento público, que por algo se hizo inconfiscable. No le importa si nuestras agencias anti-lavado de dinero y demás reguladores no están de acuerdo con el uso inmoral que algunos actores le puedan llegar a dar, que por algo se hizo descentralizado. Bitcoin no nació dentro del sistema, no está alineado con los valores del corporativismo rancio y la democracia esclerótica que han dado forma a Occidente durante las últimas décadas, pero tampoco con el «move fast and break things» de la cultura entrepreneur que nació en Sillicon Valley.

Bitcoin fue creado por los cypherpunks: criptoanarquistas, radicales, centrados en la privacidad del individuo (pero la transparencia del gobierno) y defensores de la separación entre el dinero y el Estado (¡sacrilegio!). Fue creado para minar (a qué grado, lo sabremos en algunos años) los dos pilares financieros de los gobiernos: los impuestos y la inflación; y para la comunidad actuarial de todo el mundo, formada dentro de los paradigmas económicos más tradicionales, proponer eso y que arda el mundo es básicamente lo mismo.

Hay muchas cosas que están mal en el mundo, y hay otros foros y espacios mas adecuados para denunciarlas. Esta comunidad por su parte no es el mejor lugar para hacer activismo y hablar de gobiernos genocidas, el asqueroso sistema fiat, el camino al fascismo que está tomando occidente, y cómo bitcoin tiene el potencial para cambiar todo eso (sí, sí, llevándose entre las patas nuestro alumbrado público y nuestras carreteras). Otros segmentos de la población tendrán sus propios sesgos y cosmovisiones, pero si hay algo común en prácticamente todos ellos es esto: nacieron… o más bien, nacimos dentro del sistema, es lo único que conocemos y no tenemos razones para pensar que somos cómplices de un sistema injusto, que no estamos a solamente un par de leyes más, un par de elecciones democráticas más o un par de modelos o teorías económicas más para resolver todos nuestros problemas, o que las cosas podrían ser y funcionar de maneras radicalmente distintas (y mejores) a como son actualmente.

Por eso la mayoría de los colegas de este ramo, quienes deberían de ser los primeros en reconocer el potencial de esta tecnología, siguen sin explicarse (y seguirán por muchos años) el ascenso meteórico que bitcoin ha tenido, mucho menos el potencial que aún tiene para que su precio (su métrica más llamativa, pero la menos relevante en términos de su naturaleza) siga multiplicándose. Creen que bitcoin es una burbuja que estallará y desaparecerá en cualquier momento porque, en términos de lo que saben y la visión que tienen del mundo, una cosa así no tiene cabida en la sociedad actual. Desde la propia burbuja de privilegio de los valores democráticos y de lo políticamente correcto, bitcoin no debería existir, no tiene razones legítimas para existir más allá de las expectativas de ganancias fáciles y rápidas, y por lo tanto no tendríamos por qué estar hablando de (mucho menos defendiendo a) esta mugre en redes profesionales, como no hablamos de flores de la abundancia u otras estafas piramidales.

Y sin embargo, existe, y sigue existiendo. Y conforme su adopción (y su precio) aumenta, se vuelve cada vez más difícil no verlo.

Por eso es divertido (en el buen sentido) ver a los colegas pro-bitcoin haciendo su mejor esfuerzo por defenderlo e intentar hacerlo llegar a un público cada vez más amplio (y más alejado del ethos original de bitcoin), pero sin agitar demasiado las aguas, intentando mantener a bitcoin dentro de la narrativa de las innovaciones buena onda como Uber o Airbnb, que han facilitado la vida a millones de personas (y hecho millonarios a quienes apostaron por ello en sus etapas tempranas) con daños colaterales prácticamente inexistentes. Bitcoin esta en un nivel totalmente diferente: promete cambiar el mundo no de manera estética, sino sistémica, y recompensar a todos aquellos individuos, instituciones y gobiernos que se suban al tren mientras diluye brutalmente el poder adquisitivo de los que, ya sea por desconocimiento o por obstinación, hayan decidido mantenerse al margen (aunque para ser justos, esto no será culpa de bitcoin, sino de los gobiernos y su política del money printer go brrr). Y el debate, al que le rehuyen la mayoría de sus defensores, es si ese cambio, que será sin duda doloroso y hasta injusto para muchos, será al final para bien (spoiler: será para bien).

Defender esta tecnología sin estar dispuesto a hablar de todos los daños colaterales que pueda llegar a generar es como intentar defender los primeros automóviles haciendo todo lo posible por negar el cambio tan radical que este nuevo medio de transporte podía traer a los paisajes, la planeación urbana, la economía y el modo de vida de las personas, así como los millones de kilómetros de carreteras, infraestructura e industrias que se tendrían que construir alrededor de este invento, con los estratosféricos costos asociados que hubieran hecho pensar a cualquier persona de aquellas épocas con un mínimo de sentido común, que aquel nuevo invento era un sinsentido objetivamente inviable. Los pro-bitcoin easy going insistirán en que no hay por qué alarmarse, que bitcoin puede adaptarse al mundo, como si hubiéramos esperado que el automóvil se adaptara a los caminos de terracería y los paisajes rurales del siglo XVIII (y que no se convertiría en el principal medio de transporte de los delincuentes).

La realidad es bien distinta: bitcoin no va a pedirle permiso a nadie. Si triunfa, no va a ser gracias a un cambio de perspectiva de sus detractores o a que estos piadosamente hayan decidido tolerarlo y designarle un espacio (pequeño o grande) dentro de las estructuras actuales, sino a pesar de la feroz lucha que estos tarde o temprano tendrán que presentar (y es probable que ya no falte mucho tiempo para ello), en un desesperado intento de que el mundo se quede quieto de una maldita vez y que las cosas se mantengan como ellos felizmente las conocían (el sueño de todo boomer desde los albores de la humanidad). Las apuestas son altas, porque si al final no logran su objetivo y bitcoin persiste, entonces al igual que lo que vimos con la pólvora, la máquina de vapor, los automóviles y el internet, bitcoin no será el que se adapte al mundo. Va a ser el mundo el que, a marchas forzadas y hasta a regañadientes, tendrá que adaptarse a bitcoin.

En fin, no me hagan mucho caso. Esto solo ha sido pensar en voz alta, jugar un rato al abogado del diablo. No crean que yo defiendo a esos locos anarquistas que quieren quitarnos nuestro sistema de pensiones. Democracia bien, anarquismo mal. Pero ya cambiando un poco de tema… ¿han visto los rendimientos de bitcoin este año? ¡Y también pueden donar a ONG’s con bitcoin!

Ah y no se pierdan nuestro siguiente artículo: Cómo pagar impuestos sobre las ganancias en bitcoin y seguir ayudando a financiar la educación pública y a nuestros profesores universitarios (Dios bendiga a esos sujetos).

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